Por principio de cuentas, el ser recibidos y felicitados por un mesero tan conocido como simpático hizo que nos sintiéramos muy en confianza. Luego, el ser llevados a “nuestra” mesa, adornada con pétalos de flor y ubicada en el lugar más adecuado para la ocasión, permitió que a mi esposa se le apagaran milagrosamente todos sus indomables sistemas para preguntar, para evaluar y para decidir todo -mesa, silla, platillos, bebidas, etc.- en base a proyección de escenarios y con una lógica de personalidad científica. Mis sistemas equivalentes, de defensa, cuestionamiento y juicio, ya se habían apagado media hora antes. Por si las dudas, nos llegó casi de inmediato, el aperitivo que seguramente tenía en mente mi esposa, -y el que definitivamente necesitábamos- junto con una cordial explicación que podríamos resumir en: “ya todo está listo, disfruten su velada.” Pero vale la pena que les de un parrafito de contexto y luego les platique desde la maratónica hora que precedió a este inolvidable y casi mágico aniversario de boda número 20, solo para dos; es decir, desde la gordita que detuvo el tiempo en el supermercado hasta la hechicera que lo magnificó en el restaurant.
Habíamos planeado un festejo tipo boda para ésta ocasión. Desde casi un año antes, pensamos en todo, desde las invitaciones hasta la música que tocarían nuestros hijos y otra banda, desde la lista de invitados hasta el menú, desde quien hablaría y nos “casaría” 20 años después hasta quien lo traduciría para la mitad de los invitados que lo requiriesen. El 2011 en general y el último trimestre en particular han sido, financieramente, los más apurados de nuestras vidas, por lo que el festejo se canceló y los planes para el día en cuestión fueron disminuyendo hasta desaparecer por completo. Ese día los dos tuvimos días especialmente largos y complicados, así que la última llamada quedó en un resignado y patético “nos vemos en la casa como a las 8 y si estamos de humor salimos a cenar cualquier cosa” de mi esposa.
Tenía menos de una hora para prepararle algo especial en la casa así que pase al supermercado a comprar los ingredientes y un vino para acompañarlos. Cuando llegué a “Salchichonería”, había una señora esperando a la única despachadora, el resto había desaparecido misteriosamente del usualmente bullicioso mostrador. La señora, acompañada de dos niños, pidió que le recomendara un jamón de pavo. La despachadora, muy amablemente le dio dos o tres opciones y le dio a probar de la primera. Con toda parsimonia, probó ella y le dio a probar a sus dos pequeños. Después, con la misma calma, pidió que le diera a probar la segunda opción así que la amable señorita cambió de jamón, cortó una rebanada y se la dio. Con el mismo cuidado y calma, probó ella y dio a probar a sus atentos cloncitos.
Esta vez, la complicada decisión impidió que hablara por largos segundos, finalmente decidió que la primera opción era la mejor –gracias a Dios no pidió probar la tercera- y la señorita volvió a ponerlo en la rebanadora para darle los 200 gramos. “¿le ofrezco algo mas, señora?” “sí, ¿qué salchichas me recomienda?” El ya familiar protocolo de selección se extendió a 3 distintas marcas de salchicha y yo, sin otra cosa que hacer y con un humor motivado por las otras personas que ya esperaban y observaban atónita pero pacientemente, comencé a notar las marcadas protuberancias en ambos lados de la boca y la enorme bola de la que salían la cabeza y 4 extremidades de ésta inusual compradora que aun no se daba cuenta de nuestra existencia ni mucho menos de que nos tocaría el turno hasta después de su cena. El chaleco que traía puesto hacia que la circunferencia de su cuerpo fuera de un color distinto a las extremidades, dándole un aspecto caricaturesco. De pronto, los otros despachadores comenzaron a llegar heroicamente a sus posiciones y fue entonces que se percató de nuestra existencia y situación que, por supuesto, no le causaron la más mínima conmoción. Las ya 8 personas esperaron pacientemente a que me atendieran a mí pero se mantuvieron entretenidos con la gordita y su recién iniciada selección de queso. “Solo en La Paz”, pensé sonriente, “la gente es lo suficientemente feliz, amable y empática como para que todo esto suceda sin el más mínimo reclamo, gesto de desaprobación ni trastornos para ninguno de los afectados. Quizá, como yo, solo la alucinaron y castigaron en su imaginación. ” Salí con todo lo necesario para preparar una sencilla pero suculenta cena pero me di cuenta de que ya no tendría suficiente tiempo.
Es curioso cómo se aclara la mente cuando te quedas sin opciones, el sol bajaba con inusual rapidez cuando se me ocurrió la brillante idea, ¡pago antes! El problema de ir a La Estancia Uruguaya –que es a donde mi esposa tenía el antojo de ir desde hacía semanas- era que no traía efectivo y temía que mi tarjeta de crédito no funcionara porque tiene el chip dañado. Lo último que quería era pasar una vergüenza con mi amada esposa en nuestro aniversario número 20. Llegué solo y a hurtadillas, como un niño a punto de hacer una travesura, a explicarle -a quien estuviera ahí- que quería escoger y pagar aperitivos, vinos, y 3 tiempos para no tener que ver menús en nuestro aniversario. Don José y Doña Maribel, que estaban en la barra cuando entré, se convirtieron en mis cómplices en cuanto les expliqué mi idea y como 3 niños traviesos armamos la secuencia de platillos y bebidas, entre consideraciones, apuntes y una que otra risita. Mientras estaba ahí llamó mi esposa para decirme que había terminado y que “¿Qué onda?” Le dije “vístete para salir y a las 8 estoy por ti.” ¿Formal o informal? pregunto ella. “Bien pero no tanto como formal, ponte cómoda. Tengo que colgar, ahorita te veo, bye.” respondí. Repasamos la lista de alimentos, bebidas, secuencia y demás, llegamos al total, agregué una buena propina y -como si el plan fuera aprobado desde el cielo- pasó a la primera la tarjeta con chip abollado.
Pasé por ella y manejé las 2 cuadras que nos separan del lugar. Nos recibió José como maestro de ceremonias y superando todas mis expectativas. Mi esposa lo reconoció de inmediato y ella sí recordó de donde lo conocíamos, lo que hizo más amena y divertida nuestra instalación en la mesa que Maribel había adornado con pétalos de flor. “de haber sabido que estos cómplices serian tan eficientes y efectivos mejor hubiera planeado el robo del siglo," cavilé maldosa y bromistamente.
Mientras aún platicábamos con José de los gloriosos tiempos y exquisitos desayunos del legendario Gorila’s donde él trabajaba antes, nos llegaron –muy bien presentados, como todo lo que nos trajeron esa noche- dos tequilas helados que tanto necesitábamos para separar nuestros días imposibles de la celebración a dúo. Nos dejaron solos en el acogedor salón interior del restaurant. La noche estaba ideal para comer afuera y los clientes que fueron llegando se sentaron en el patio, como atinadamente habíamos calculado mis cómplices y yo, dejándonos en un entorno aislado y mágico. Desde el primer salud nos vimos a los ojos profundamente y sin los lentes de vista cansada que usualmente se pone mi esposa para ver el menú y se deja puestos el resto de la noche. “Los ojos son las ventanas del alma” recordé mientras veía en los suyos un brillo y una profundidad que trajeron a mi mente la canción “Piel Canela” que le dediqué antes de siquiera ser novios, particularmente la parte de “ojos negros piel canela, que me llegan a desesperar, me importas tú, y tú y tú y nadie más que tú.” Los usuales temas -trabajo, hijos, problemas, etc.- ni el intento hicieron de entrometerse en nuestra conversación que estuvo como hechizada por miradas profundas, platillos exquisitos y magistralmente llevados a la mesa con impecable oportunidad, un vino que a cada sorbo le agradecía a José haberme recomendado, alegres recuerdos que estuvieron saliendo a borbotones, sentimientos en efervescencia, etc. ‘Después de 20 años, mi esposa es todavía una hechicera’, pensé orgulloso, recordando el viejo chiste de que “la diferencia entre hechicera y bruja son 15 años de matrimonio,” ‘puros cuentos’ concluí. La velada se magnificó, el tiempo parecía estar detenido para nosotros y todo se veía como en un sueño… ‘estás enamorado, baboso’ dijo burlón mi otro yo. ‘Cállate o nos van a encerrar como al Doctor House,’ respondí.
Cuando la velada se acercaba a su casi inimaginable fin, Gerardo y Alejandra, los propietarios del lugar –evidentemente coludidos por nuestros cómplices- hicieron aún más memorable la noche enviándonos un digestivo de la casa y unas exquisitas galletitas para acompañarlo, antes de irnos a felicitar a la mesa por nuestra celebración.
El mágico entorno nos acompaño en el camino y durante el resto de la velada, ya en casa, donde pusimos una que otra de nuestras canciones y conversamos con nuestras almas conectadas por medio de los ojos y un potente imán entre nuestros corazones. Fue entonces cuando alcancé a decir “¡qué rica es La Estancia Uruguaya sin lentes!” antes de ser enmudecido por un beso también cegador.
Esto lo escribí días después de nuestro 20 aniversario que celebramos el 26 de Octubre del 2011. Lo mandé como una de las opciones para la edición de Febrero del 2012 de la revista Nice, o sea para San Valentín, pero al final se publicó "El sutil beso de un amigo" que fue mi primer cuento inventado y que publicaré en este blog próximamente.