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El Gatito y la Vecina

Cuando ella me saludó de mano, casi un mes después, supe con absoluta certeza que todo esto tendría que quedar por escrito. Los eventos trascendentales, aunque sean inolvidables, deben inmortalizarse en un lienzo, en una canción, en una escultura, en un escrito o en algo que pueda darlo a conocer al mundo o al menos dar honor a quien honor merece.

Los ángeles suelen aparecer radiantes en tiempos oscuros de la vida, a devolvernos el optimismo y la fe; las musas se presentan cautivadoras en los momentos más inesperados, a deslumbrar al poeta y a restaurarle la inspiración; los consternados llegan a exigir atención impacientes y jugándose el volado de ganarse la admiración o el desprecio del prójimo, dependiendo de la claridad, urgencia y oportunidad de sus demandas.

Ni la enigmática mujer ni el aterrorizado gatito sé imaginaron que se convertirían en las tres cosas, para un escritor abandonado por la inspiración y para una niña con ganas de mascota, respectivamente, cuando se llamaron entre sí desde lados opuestos de las entrañas de un auto, en medio de la conmoción por las tragedias en Cabo, tres semanas antes, en Chiapas y Oaxaca, dos semanas antes y en la Ciudad de México el día anterior...

Suelo ser muy atinado y detallado para describir lo que inventa mi imaginación o lo que he observado con atención, pero es la primera vez que me aventuro con una desconocida y con eventos no grabados en mi mente con ese fin, ya que, mirar a la vecina con la atención necesaria hubiese sido totalmente inadecuado, imprudente y hasta grosero. Además, los hechos se dieron tan rápidamente, que los tengo un poco borrosos:

Desde el umbral de la puerta de la oficina, ella se dirigió a todos nosotros y preguntó, con una autoridad cordial, si el coche blanco era de alguno de nosotros. “Es mío,” respondí poniéndome de pie para salir con ella al auto, sabiendo muy bien que se trataba del gatito que maullaba desde algún escondite en el mismo, del que yo ya lo había invitado a salir 4 veces.

En un primer intento, poco pudimos hacer por ubicar la posición del pequeño gato, mucho menos pudimos verlo. Nos dimos por vencidos después de un rato y ella se fue. Pero a los pocos minutos regresó con un mecánico y estaba dispuesta a rescatar al gatito aunque para lograrlo hubiera que desarmar al pobre de mi inocente auto. Entré y cancelé todo lo que tenía que hacer y salí a acompañarlos…

Probamos moviendo el coche con cuidado, con y sin encender el motor, hablándole, siseando, asomándonos hasta donde nos permitían las ruedas y la altura del carro. Después de varios intentos fallidos, me ofrecí a llevar el coche a la rampa del taller de Ricardo, una cuadra arriba, antes de que se le ocurriera a su mecánico desarmarlo todo. Ellos no quisieron (o no pudieron) acompañarme, pero ella me pidió que le avisara si lográbamos rescatar al gato, para encargarse de conseguirle un hogar. Inmediatamente después, cuando le pedí el número, sentí su arrepentimiento, pero no tuvo más remedio que dármelo. Sentí un poco de tristeza, no sabiendo si desconfiaba de mí, si recordó algo feo o cual era la razón del cambio en su semblante.

Apunté su teléfono en el celular y marqué, como siempre hacemos con los clientes, para confirmar que lo pulsamos bien y para que ambas partes tengan el teléfono del otro. Pensé en irme de inmediato, pero le pedí su nombre para registrarlo junto con el número en mi celular. Titubeo incomoda y luego dijo “Erika, Erika Rivas.” Por un lado, el nombre me gustó más que el que había escogido tres años antes para mi personaje favorito, la argentina Victoria Mora, mejor conocida como Tory, para “Fuera de Límites,” el primer escrito mío que necesitó usar nombres. Por otro lado, tuve la curiosa sensación de que el nombre podría ser igual de inventado o de alguien más.

En cuanto subí el auto a la rampa y Ricardo y yo nos asomamos por debajo, vimos al pequeño gato blanco con aires de siamés agazapado en un lugar perfecto para su tamaño y del que no se hubiera caído por nada, pero que se hubiese calentado con el mofle mucho antes de que yo llegara a la cita que cancelé. 'Gracias por regresar, Erika, salvaste al gatito de quemarse las patitas y quizá de tener que saltar al peligro del camino con el coche en marcha,' pensé.

Sin pensarlo mucho, Ricardo lo tomo con su mano, llevándose los rasguños y la mordida pertinentes a su temerario atrevimiento, pero sacó al gato sano y salvo. A mí me lo dio ya tranquilo y con un trapo de por medio. Dejé el coche ahí y caminé a la casa con el gato cómodamente sujeto en mi mano y recargado en mi antebrazo del otro lado.

Llegando, le marqué a la promotora del rescate, antes de que estuviera demasiado lejos, pues ya habían pasado algunos minutos. Después de darle las buenas noticias, todo emocionado, localicé una caja que no pudo ser más adecuada, tenía hasta una manija para cargarla como maleta. Metí al gatito y la tuve lista justo cuando ella llegó.

Cuando se fue, con el gato en la caja-maleta, sentí una extraña nostalgia y ganas de escribir la anécdota que, aunque corta, es significativa y me hace sentir cierto orgullo con aroma heroico. Pero preferí esperar, porque con los gatos siendo tan astutos, ágiles y escurridizos (sobre todo cuando están asustados), las probabilidades de que ella lograra mantenerlo cautivo hasta llegar a su destino, eran pocas.

Una semana más tarde, le pregunté por mensaje y ella nos informó que la gatita ya estaba felizmente instalada en su nuevo hogar en San José del Cabo, que fungía como la dueña del lugar, que tenía por compañera de juego a una niña y que ahora se llamaba Tuny. Con esto se cerró, con final feliz, la obra altruista de Erika Rivas y sus cómplices circunstanciales.

Pero como suele suceder con los eventos inusitados que nos toman por sorpresa, quedan recuerdos, ideas y dudas suspendidos en el aire.

A los pocos días, recordé las transformaciones de su cara. Primero cuando me dio su número y después cuando me dio su nombre. Pensé en borrar sus datos de mi celular, ahora que ya no los necesitaba y sabiendo que le había incomodado dármelos, pero no me animé.

Volví a sentir tristeza, ahora acrecentada, por la desconfianza que nos hemos ganado, como sociedad en general y como género masculino en particular.

Habiendo crecido en una familia poblada por muchas más mujeres que hombres, me volví feminista a temprana edad y aprendí a ver las cosas desde su perspectiva y a respetarlas y admirarlas, como mujeres, como personas, como jefas del hogar, como empresarias, como fuente de sabiduría e inspiración, como consejeras, como amigas, como las excelentes conversadoras que son y, sobre todo, aprendí a confiar más en su intuición que en la ciencia, la lógica o la inteligencia.

Pensé en escribirle un agradecimiento más en forma, por cambiarnos la vida a los involucrados, pero tampoco pude porque sentí que ese gesto podría confundirse con un avance de otro tipo. Así que me puse un plazo de un mes para borrar su número y, por lo tanto, si quería escribirle algo que honrara su espíritu altruista y a la vez fuera respetuoso y transparente, tendría que hacerlo antes de Octubre 20 del 2017 o nunca más.

Cuando faltaba una semana para que terminara el plazo que me auto-impuse, Erika Rivas me sorprendió con un saludo de mano, con una sonrisa franca y una familiaridad que me hizo sentir mejor, incluso reconocido por mi participación (como cuando me despedí de mis alumnos de secundaria después de dos años de ser su maestro de inglés) y un poco más libre de la culpa de seguir teniendo su número telefónico.

Siempre nos habíamos visto en la banqueta, así que eso no fue novedad, pero fue la primera vez que nos tocamos y el apretón de manos fue suave y firme a la vez. Fue un momento muy breve y a la vez eterno, pues hay personas que aunque no hayamos conocido realmente y nunca las volvamos a ver, se quedan en nuestra memoria. También me dio la confianza para terminar esta anécdota e incluso para agregar mis percepciones de ella durante los cortos momentos que pasamos juntos. Cuatro, para ser exactos y dos de ellos en lados opuestos del coche-escondite de la gatita Tuny:

No recuerdo haber visto sus ojos, que me dejarían saber un poco más acerca de ella. Se me hace que trajo lentes obscuros en las cuatro ocasiones, necesarios para protegerse del sol y también de las miradas de los fans que seguramente surgen espontáneos cada vez que ella sale a caminar.

Los ojos son las ventanas del alma y yo me pregunto: ¿tendrá Erika una mirada tan dulce y transparente que la delata? o ¿será una tan severa e inclemente que usa los lentes para proteger a los demás de la suya? Basado en su férrea voluntad para salvar a un gato y en su manera de convencernos, me atrevo a pensar que su alma es generosa y profunda y que su mirada es intensa y expresiva, tal vez con un tinte de desconfianza y definitivamente con uno de autoridad porque, por lo que percibí el día del rescate, su vibra y su aura son como de quien no le gusta recibir órdenes ni consejos ni nada, sino darlos y verlos acatados con prontitud y a plenitud.

Pero aún sin la mirada, ella tiene un gran prestigio natural, su presencia es de contrastes y eso la hace misteriosa e interesante. Se percibe imponente e inamovible y a la vez sutil y empática. Como que erige una barrera protectora a su alrededor y a la vez lo hace a uno sentir cómodo, no sé cómo; despliega la serenidad, autoridad, seguridad y madurez de una mujer de más de cuarenta años, pero con la apariencia de una joven apenas en sus veintes; es distante pero amable; persistente pero respetuosa.

Me imagino que ella es de esas personas que tienen pocos amigos, pero valiosos cada uno de ellos, porque me hace sentir una imperiosa necesidad de ser un mejor individuo.

Bueno, cumplí mi cometido de escribir mi versión de la historia y me atreví a describir lo que proyectas al mundo.

Todo está escrito con absoluto respeto a ti y a tus seres queridos (pasados, presentes y futuros) y sin ninguna intención lateral, sólo dando honor a quien honor merece.

Fue un gusto ayudar a cambiar las vidas de Tuny y de la niñita con la que ahora vive y otro gusto conocerte en el proceso.

También es un alivio volver a escribir, aunque sea un par de páginas, después de casi dos años de no hacerlo. Parece que cierta musa muy joven me devolvió, tanto la inspiración como las ganas de escribir. Espero pronto poder hacerlo un poco mejor y así volver a mis cuentos.

Gracias por todo, el vecino.

Este escrito lo hice para agradecer el espíritu altruista de una vecina que nos convidó de dicho espíritu y quien consiguió un hogar para el gato que rescatamos juntos, gracias a ella. Esto sucedió al día siguiente del terremoto en México DF, justo en el aniversario 32 del de 1985. Ella me salvó de la tristeza correspondiente y me devolvió la inspiración para escribir, después de más año y medio de que se me fue. Gracias, vecina.

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