Cuando por fin terminé de leer el capítulo y pude escaparme del magistral cautiverio de su inclemente autor, tuve que transportarme 85 años para volver a la realidad. En cuanto cerré el libro triunfalmente, mis dos compañeros de privado levantaron su mirada buscando la mía. Voltee a ver el paisaje mientras trataba de ajustar mis pensamientos a la relativa calma del año 2027.
Transitábamos por una bellísima zona arbolada de tintes otoñales y la velocidad del tren hacía que las pequeñas gotas de una llovizna se movieran horizontalmente sobre la ventana hasta desvanecerse. Me recordaron la sensación de mis abundantes lágrimas cosquilleando sobre mis sienes en su trayecto hacia mis orejas. Fue el día del funeral de mis padres mientras mi novio me regresaba a casa en su motocicleta después de que me dio el pésame el último de los asistentes. Tenía 16 años cuando heredé su fortuna y también la pesadilla que me dejaron comenzada para que yo la acabara de soñar…
“Debe ser un libro magnifico para tener a alguien como usted tan absorta,” dijo el más elegante y vivaz de los dos, interrumpiendo mis divagaciones y probablemente salvándome de entrar en laberintos de oscuras memorias y de inciertas salidas. Su vestimenta era impecable y su postura firme y varonil. Me recordó los 80’s, cuando los hombres se sentían orgullosos de serlo y además vestían de traje y corbata todos los días.
“Lo es.” dije cortante, pero luego recapacité y asumí que el destino tenía un propósito al juntarnos a los tres durante el trayecto y agregué, “es sumamente enriquecedor leer la actitud humilde, desesperada y esperanzada de la gente, desde la perspectiva de un posible término de la Segunda Guerra Mundial, y compararla con la arrogante, egoísta e intolerante que nos está llevando a la Tercera. Pareciera que los seres humanos no aprendemos.”
“Afortunadamente, usted no sólo aprende de la historia, sino que aplica las lecciones con maestría en todo lo que hace y en las relaciones con otros, por eso está donde está.” Respondió en un tono ligeramente adulador, sin ser malintencionado, y con un aplomo que me puso la piel de gallina.
El otro hombre enderezó su postura, separando su espalda del respaldo; colocó sus antebrazos sobre sus rodillas, como quien se dispone a poner atención; y se incorporó a la reunión con un gesto de aprobación y una mirada de empatía. Su atuendo era más casual, pero no menos distinguido y su apoyo silencioso me brindó una sensación de seguridad casi mágica.
Me hizo pensar en los amigos imaginarios que yo creaba en mi niñez para enfrentar los momentos difíciles y no pude evitar sonreír, lo cual funcionó como respuesta temporal.
Aunque de momento no recordaba quienes eran mis acompañantes, ambos rostros se me hacían familiares y era claro que ellos sí me conocían.
Era casi irreal tener a dos hombres frente a mí y que ninguno estuviera enajenado por su dispositivo de comunicación, ni siquiera lo traían puesto o a la vista.
“A ver, ¿qué estudió y a que se dedica?” le respondí por fin, mirándolo a los ojos inmisericordemente, no como quien quiere entablar una conversación para conocer al otro, sino como quien sabe la respuesta y está a punto de hacer otra más profunda e invasiva, en los términos de la especialización de éste, de la que también sabrá la respuesta. Mi idea era ganar tiempo, recordar sus identidades y descubrir sus intenciones.
“Pues soy psiquiatra, dedicado a esquizofrénicos. Me he enfocado por décadas al descubrimiento y análisis de los personajes y lugares que mis pacientes crean en su imaginación, con el fin de conciliar y aprovechar la influencia que tienen en sus emociones, relaciones, decisiones, necesidades, objetivos, etc… Debo reconocer, que mucho de lo que hago tiene un tinte experimental e idealista que no se apega del todo a los cánones de la profesión, pero los resultados son más que esperanzadores –asombrosos, de hecho…” respondió orgulloso y magnánimo, recargándose en su asiento y volteando hacia la ventana para contemplar el paisaje.
Su declamación me devolvió al inicio de mi adolescencia y a la grata compañía de mi amigo Joaquín. Qué tipo más maravilloso, guapo, leal y sabio era él. Recuerdo bien los ánimos y la confianza en mí misma que él me brindaba. La primera vez que se manifestó así fue cuando llegué llorando a verlo, después de que mi cruel hermana, entonces una modelo profesional, había dicho frente a sus amigas que yo era tan fea que cuando pasaba frente a una construcción, los albañiles se ponían a trabajar…
Joaquín, me envolvió en su ternura y con gran gallardía y elocuencia me hizo ver la valiosa mujer que ya era y a vislumbrar a la mujer en la que me convertiría.
Sus primeras palabras fueron lo suficientemente ocurrentes y originales para detener mi llanto y sacarme una sonrisa: “Quizá no seas tan fotogénica, querida amiga mía, pero eres pirotécnica, auténtica, sarcástica, retórica, cósmica y probablemente orgásmica…”
Aunque a los 12 años ni él ni yo teníamos edad ni manera de saber acerca del último calificativo, Joaquín no sólo fue profético –o muy persuasivo, sino que tuvo la virtud de sacarme de mi auto conmiseración para siempre.
Otro pensamiento de su discurso terapéutico que se me grabó permanentemente fue: “Tu futuro te necesita, tu pasado no…” Pero quizá el concepto más decisivo para el desarrollo de mi personalidad que dejó Joaquín, fue que “…la mujer fea es mucho mejor amante, porque se esfuerza en ser encantadora, pícara, empática, chistosa, sabia, madura, etcétera, para compensar dichas carencias físicas, que muchas veces sólo ella percibe... En otras palabras, la belleza física rara vez coincide con la belleza que enamora.”
Dos años después de esa conversación yo ya me había transformado en el exquisito bombón que aún soy hoy, a los 59 años, y mi hermana ya estaba gorda, literal y metafóricamente, por estar embarazada y por haberse tenido que comer sus propias palabras, respectivamente. Sin embargo, el planteamiento de Joaquín me enamoró tanto de la personalidad de la mujer “fea” –o que se cree fea, que decidí convertirme en ella, desde ese día y para siempre, superándome y desempeñándome con mucho ahínco no sólo en cuestiones del amor, sino en los estudios, la docencia, los negocios, la escritura, la pintura y en todo lo que hago, excepto en cocinar, que nomás no se me da. Como bien decía mi primer marido, “Esperanza, eres mala para el metate, pero buena para el petate.” El segundo, años después, le agregó. “para el debate, el jaque mate y el remate.”
Ay, Joaquín, fuiste perfecto e hiciste mucho por mí, pero no te quedaste a verme florecer. Eras demasiado bueno para ser verdad, genial e intenso pero efímero, querido amigo mío.
“¿Cuál ha sido su caso más complicado hasta ahora, doctor?” le pregunté por fin a mi interlocutor que volvió su mirada con entusiasmo al escuchar mi pregunta.
“Definitivamente fue Andrés, el más retador y el más fascinante. No sólo tenía un amigo imaginario ni los clásicos dos –el diablito y el angelito dando opiniones contrarias, sino un séquito que nunca se pudo poner de acuerdo en algo, ni entre ellos ni mucho menos con él. Algunos ni siquiera hablaban en español. Un verdadero estuche de monerías. Pero no sólo logré mantenerlo fuera del psiquiátrico, sino también operativo, autosuficiente, carismático y feliz, hasta el día de su muerte.”
“¿De qué murió su paciente, doctor?” pregunté a mi interlocutor.
“De muerte natural. Es decir, si morir después de recibir 17 balazos de distintos calibres es algo natural y él no tiene otros datos...” respondió sonriente y sarcástico, como si tuviera alguna gracia para mí...
Recordé la noticia del magnicidio y sentí un escalofrío, por la similitud con el trágico fin de mis padres hace 43 años, pero a él seguía sin ubicarlo en mi memoria, aunque cada vez se me hacían más familiares su rostro, su voz y sus ademanes.
En eso se abrió la puerta del privado y apareció un hombre altísimo, vestido con un uniforme impecablemente blanco, como de la marina o de piloto de aviación. “Disculpen la interrupción: Tal como me pidieron, les estoy avisando que llegaremos dentro de 15 minutos.” Dijo con mucha formalidad.
De pronto se me vino una cascada de información, sentimientos encontrados y una sensación de urgencia, como si estuviera olvidando una cita muy importante o realizar una tarea trascendental…
“¿A dónde nos lleva este tren?” pregunté al aire.
“Aterrizaremos en el aeropuerto Franz Josef Strauss de Múnich.” Contestó muy propio.
“Me refería al tren de pensamiento, por supuesto, pero muchas gracias por dejarnos saber del arribo, oficial,” respondí firme y cínicamente.
Cuando se cerró la puerta, noté que mi misterioso interlocutor ya no estaba y sentí un hueco en el pecho. El segundo hombre, que hasta ahora sólo había participado con su atención silenciosa, dijo sonriendo y en tono de complicidad:
"¿Conque venimos en un tren, cariño? Ese libro te distrajo en serio...”
“¿Y el psiquiatra que venía con nosotros?” interrumpí confundida y un poco alarmada, vislumbrando la posibilidad de haberlo creado en mi imaginación, como al buen Joaquín.
“Hemos estado tú y yo solos durante todo el vuelo, pero la conversación sí existió. Tus nuevos lentes son una maravilla, fue difícil notar que a veces te dirigías al aire en vez de verme a los ojos. Pero no te vaya a pasar a ti como le pasó al bizco: que por esquivar al árbol que no era, se estrelló contra el que sí era.” Dijo sonriente y pícaro.
Suspire, reconociendo esa posibilidad, así que él continuó:
“Esperanza, venimos en el controversial avión presidencial que tu predecesor debió vender y que el suyo no debió comprar. Te está esperando, al pie de la escalinata, el canciller alemán reelecto, acompañado por sus 71 años de amplia experiencia. Señora presidente, estarán solos ustedes dos y esta reunión es crucial.” dijo firmemente, haciendo que yo reaccionara y volviera en mí.
“Ese Frank, ¡par de sinvergüenzas, me va a escuchar!” respondí bromista, animosa y convencida mientras me levantaba y sacaba mi saco del clóset.
“Esperanza, Como tu Secretario de Estado, te suplico que te concentres en la conversación y la lleves a cabo en alemán, te ganará puntos con él y con la prensa; Como tu psiquiatra, te recuerdo que, si hay más de un Frank, atiendas a todos por igual, no asumas que alguno es de mentiritas… Como tu director de imagen te recuerdo que eres Esperanza de México, no sólo en tu eslogan, sino en el corazón de los mexicanos y también para los alemanes.
“No le voy a fallar a México.” Dije, guiñándole un ojo.
“Esa es mi chica. Acábenselo sin misericordia, entonces.” Bromeó, haciendo gesto de loco.
‘¿En qué manos está mi salud mental?’ pensé sonriente mientras bajaba la escalinata del avión y decidía a cual presidente de Alemania debería saludar primero…
FIN
Pintura: Autumn Breeze, Falling Leaves by Haley Shatrau