Hay vidas que están destinadas a encontrarse y compartir felices el resto del camino, como pueden ser hermanos, amigos, esposos, socios, etc. con vidas paralelas y complementarias.
Otras están destinadas a coincidir en algunas curvas de sus senderos y a enriquecerse con sus experiencias y alegrías cada vez que se reúnen, pero también a separarse nuevamente, como pueden ser los hermanos y amigos separados geográficamente o que solo se aguantan y disfrutan esporádicamente, los amores imposibles e intermitentes, aliados estratégicos para proyectos, misiones o viajes, excompañeros de clase, trabajo, etc.
Otras vidas están destinadas a tener un encontronazo que las sacude violentamente, que cambia sus paradigmas, velocidad, dirección, sentido, objetivos, que poncha egos, despierta virtudes, etc. Algo así como meteoritos que colisionan espectacularmente, creando chispas, fuego, polvo, estruendo y modificando la forma, orbita, tamaño y esencia de los astros involucrados. Estos pueden ser, por ejemplo, un accidente literal donde chocan dos personas y se tiran el café encima haciéndose explotar de ira o atacarse de la risa, un orador extraordinario que nos cambia las prioridades, un pleito que saca lo peor o lo mejor de uno, una sonrisa que te tumba, un enamoramiento fugaz e incontrolable que te devasta, un oportuno abrazo sanador que te salva o una mirada elocuente que te toca el alma.
También puede ser el encuentro ocasionado por una cremallera insurrecta y con un extraño sentido del humor…
Espejo
Como buena madre, ella es como una maga astuta y omnicompetente tras bambalinas, asegurándose que cada uno de sus seres queridos tenga lo que necesita, física, mental, emocional, social, profesional y afectivamente…
Las mujeres tienen muchas personalidades y la capacidad de cambiarlas como si fueran ropa, como las Matrioskas, esas muñecas ovaladas que tienen dentro otra más pequeña, luego otra y así, sólo que las personalidades de una mujer pueden ser muy diversas y del tamaño e intensidad requeridas por las circunstancias o adecuadas para las intenciones.
Detrás de una aburrida bibliotecaria, por ejemplo, puede haber una aventurera que le gusta escalar montañas o bucear con tiburones martillo, una aguerrida defensora de los marginados, bailadora incansable o una divertida maestra de ceremonias; detrás de una temible e implacable abogada, puede haber una dulce hija, esposa, madre, una adicta a las novelas románticas; detrás de una persignada y recatada mujer de chongo y lentes, puede haber una invencible jugadora de póker, una talentosa imitadora de Paquita la del Barrio, una chef innovadora, una amante ferviente, etc.
A mí ya no puede engañarme, conozco todas sus fachadas, la he visto reír, coquetear y llorar; practicar discursos convincentes, motivadores, demoledores, reconciliadores y cautivadores; probarse vestidos, jeans, pants, sonrisas, muecas y miradas; la he visto vestirse y desvestirse, maquillarse y desmaquillarse, envalentonarse y calmarse, pero rendirse, jamás…
A veces la regaño por traer la cara desganada, triste, arrogante, desaliñada o porque de plano está de jeta. Otras veces la animo a que levante el rostro, camine más erguida, sonría con más picardía o algo, pero hoy se me salen las lágrimas de orgullo porque luce espectacular, mi chica consentida…
Como dicen por ahí: “Dentro de cada mujer vive un ángel, una bestia, una princesa, un verdugo, etc… a la que despiertes es la que tendrás.”
Hoy despertó la hechicera y me temo que va a romper más de un corazón en la fiesta a la que se dirige...
Susodicho
Cuando se vio en el espejo para darse un último vistazo, supe con casi absoluta certeza que se había olvidado de nosotros. Subió el jalador desde la cintura hasta media espalda, pero luego se distrajo y no terminó, dejándonos separados, desconsolados e inútiles a mi otra mitad y a mí, que estamos hechos para juntos cubrir, proteger y ajustar…
Salir así es un escándalo. O sea, si te vas a caminar al malecón olvidando tu sombra, como Peter Pan, nadie se dará cuenta. Si acaso algún autista o un niño muy observador, pero los primeros ni hablan y, si los segundos llagasen a gritar eufóricos: “miren, esa señora no tiene sombra,” ni caso le harán sus padres o le reclamarían: “¡Te he dicho que no le apuntes a la gente!” sin siquiera voltear a comprobarlo.
Pero un cierre bajado es un potente imán para las miradas y una mecha encendida para el mitote, máxime si su portadora es joven y guapa.
Ay chamaca, ¿pues en qué andas pensando?
El lugar no está abarrotado, pero sí hay casi el doble de ojos que de personas y su espalda pronto estará repleta de miradas, unas distraídas, otras curiosas, otras chismosas, otras descaradas… y yo me sentiré inútil y agraviado.
El cerebro es muy curioso: si un vestido muestra las piernas de medio muslo para abajo, éste lo percibe como normal y éstas pasan desapercibidas, pero si es largo y sólo muestra la pierna por una apertura, ésta llama la atención de todo mundo; un rostro descubierto por el tipo de peinado se vuelve la norma, pero si está cubierto por un coqueto mechón, cada vez que la mano lo acomode sobre la oreja, la cara llamará la atención; si un vestido muestra la espalda, se ve normal y ésta pasa desapercibida, pero si el cierre está bajado, llamará poderosamente la atención, ya que la mente lo percibe como un espectáculo fortuito y efímero…
La cantidad de miradas que la visitan mientras ella platica ajena a semejante ultraje visual ya es considerable y mi trauma resultante, devastador...
A lo lejos veo una mirada distinta, con cierta empatía hacia ella y hacia mí.
Él trata de reconocerla sin éxito, después titubea y finalmente se levanta y camina hacia nosotros. No lo conozco, pero llega con una naturalidad que me parece irreverente a informarle del asunto y a ofrecerse a subirme a mí.
Los músculos de ella se tensan con el informe y luego, conforme nuestros dientes por fin se van uniendo y yo voy abrazando a mi otra mitad gustoso y aliviado, a ella se le va erizando la piel, se me figura que, en modo alerta, como preparándose para el combate, no en modo cosquilleo y rubor como cuando su esposo le besa la nuca.
El buen samaritano se da cuenta del desatino y su semblante sonriente y galante se transforma en inseguro y culpable. En cuanto termina de subirme, retira su mano con rapidez, como si yo le quemara los dedos...
Las amigas saludan al intruso efusivamente, bromean y se ríen del asunto. Los cuatro intercambian algunas palabras cordialmente y luego él huye…
Pero como bien dice Carl Jung, “la reunión de dos personalidades es como el contacto de dos sustancias químicas: si hay alguna reacción, ambas se transforman,” así que probablemente él no es el único afectado…
Él
“La magia se produce cuando ves a una persona entre tanta gente,” atinada frase y excelente línea para un cuento romántico, pero nunca se me ocurrió que existen hechizos de diversos tipos...
Me encuentro en el cumpleaños de la Beltrán, en el tercer piso del Tailhunters. Tengo poco tiempo viviendo en La Paz y estoy acostumbrado a ver más extraños que gente conocida en las fiestas a las que me invitan.
El magnífico espectáculo que ofrecen el malecón, el mar y la inminente puesta del sol, de pronto no pudo competir con otro que sucedía adentro.
El cierre de un vestido está bajado hasta media espalda. Éste es coqueto, elegante, distinguido, fresco y cautivador a la vez; resalta la figura esbelta, erguida y orgullosa de su joven portadora; contrasta con su piel blanca y lozana. Ella está sentada de espaldas a mí y sólo alcanzo a ver su rostro de perfil cuando voltea para dirigirse a una de sus acompañantes.
La chica despliega un prestigio natural impresionante, como si fuera la hija de algún dios de la mitología griega que tuvo que bajar a atender un asunto terrenal. Me resulta imposible calcular su edad, parece veinteañera, pero despliega la madurez, confianza y seguridad de una mujer de cuarenta.
Habiendo crecido entre mujeres y estando acostumbrado a convivir con ellas en camaradería y de manera fraternal, mi reacción es informarle a la brevedad, como lo haría con una de mis hermanas, tías, primas, abuelas o mamá y como yo agradecería que alguien lo hiciera conmigo en un caso equivalente. Así que cruzo el salón y me dirijo hacia ella sin pena ni miedo…sin pensar en su posible percepción y reacción…
Doy un par de toques en su hombro y cuando ella voltea a verme con una sonrisa franca y una cara cordialmente atenta, digo “traes el vestido abierto de la espalda, ¿quieres que te suba el cierre?”
Con una naturalidad y modales hollywoodenses, agradece el gesto y asiente para que yo lo cierre, pero soy incapaz de reaccionar, asombrado por su aparente inmunidad a la sorpresa.
Con una mirada inusualmente elocuente e inmisericorde, ella agrega en silencio y sólo para mis ojos: “gracias,” “¿qué esperas para subirlo?” “ni se te ocurra decir algo más” y “hasta luego.”
Caigo en cuenta de lo inapropiado de mi presencia, lo descarado de mi ofrecimiento y sospecho el alto precio que ella, en complicidad con mi conciencia, me hará pagar por ello.
Para cuando termino de subir el famoso cierre unos segundos más tarde, ya estoy confundido, apenado y aterrado… ‘Debió subirlo una de sus amigas,’ me digo… fallé en calcular que es un acto aparentemente inofensivo e irrelevante, pero a la vez imprudentemente cercano con una desconocida…
El erizado de su piel, producido por la subida de la cremallera, se me figura como el de las nucas de fieras en peligro o a punto de atacar y muy lejano a la fantástica frase “la piel es de quien la eriza…”
Sus dos amigas, una de ellas mi divertida compañera de trabajo y la otra colega, se ríen del asunto del cierre, contagiándola, y me saludan con gran algarabía, aliviando la tensión y haciendo pertinentes las presentaciones:
-“Rodolfo, ella es Patty” dijo la cumpleañera.
-‘¿Pa’ mí? imposible, yo ya no soy mío’ pensé bromista, agravando mi confusión.
-"Patricia Del Valle," corrigió ella, dando formalidad y devolviéndome un poco a la realidad.
-“La hermana de Verónica, mi heroína de los comics” respondí.
-“Mi esposo es Archi, de hecho,” declaró sonriente, sin chistar…
-‘Qué bárbara,’ fantaseé, ‘ahora resulta que al final ni Verónica ni Betty se lo quedaron, a las dos se los ganó Patty…’
En términos de póker, tenía una tercia de reinas a punto de convertirse en full, pues otra Claudia se aproximaba, pero yo ya no podía retrasar mi urgente retirada...
Siempre he considerado que el sentido del humor es clara evidencia de una mente superior. Ella captó y respondió a mis intervenciones y después a otras de sus amigas con una agilidad impresionante, a pesar de lo inusual de las circunstancias.
Pero además, su capacidad para transmitirme clara y simultáneamente múltiples mensajes con un atisbo, la colocaron en una categoría aparte.
Antes de sentarme en mi lado del salón, instantes más tarde, varios trenes de pensamiento ya habían partido en distintas direcciones, dejándome solo y confundido con una mente elástica en forma de piñata de estrella…
Por un lado, considero que, aunque bajar el cierre de un vestido suele tener una connotación íntima y romántica, subirlo en preparación para una cita, evento o incluso el altar, normalmente está a cargo de alguien de confianza, como la madre, amistades o algún familiar…
Aun así, yo soy un perfecto extraño ajeno a estas categorías y haberme ofrecido a hacerlo ahora se me antojaba absurdamente inapropiado, generando en mi un gran sentimiento de culpa y de vergüenza...
Debo aclarar que, para mí, la culpa es el producto de algo que “hicimos,” algo por lo que podemos y debemos disculparnos, que podemos enmendar. También me queda claro que, en este caso particular, volver a su mesa para darle explicaciones y pedirle perdón sólo empeoraría las cosas.
La vergüenza, en cambio, es algo que creemos que “somos,” algo que nos repitieron tanto de chiquitos que acabamos creyéndonos; o que nos dijeron tan claramente con un atisbo fulminante que nos convencieron. En cualquier caso, ésta es más difícil y lenta de superar, es de lo que viven los psicólogos…
Por otra parte, me intriga su capacidad mental y me convierto en un fan. ¿Cómo pudo en segundos transformarme de un entusiasta héroe anónimo dispuesto a salvarla, en un perro atropellado huyendo de la escena y buscando refugio para lamer sus heridas?
Su mirada tiene fuerza y determinación, me recuerda la frase célebre de Stephen King “Quiet people have the loudest minds.” Sus ojos, siendo las ventanas del alma, me dejaron ver un flashazo de su esencia indómita, exuberante, firme, apasionada, dominante, precavida… con un toque de melancolía, reserva, sensibilidad… aunque claro, “uno habla de la feria según le va en ella” y mi interpretación puede estar influenciada por el shock, algo así como ver a través de un caleidoscopio…
Si su mirada tiene ese poder para poner límites, ubicar personas, desinflar egos, impartir justicia y despedir curiosos en un instante, ¿Qué capacidad tendrá para tranquilizar, sanar, motivar, conquistar, hacer reír o hechizar?
Yo me conformaría con un breve atisbo reconciliatorio, pero mucho me temo que pasarán lustros para que eso suceda, porque como bien dice Margaret Thatcher: “I usually make up my mind about a man in ten seconds, and I very rarely change it,” y la chica del cierre ya debe haberme etiquetado como “atrevido,” “insolente,” “imprudente,” “peligro” o algo por el estilo…
A menos de que el destino nos siente juntos en un vuelo comercial, curso de capacitación o en la mesa de algún evento social donde podamos platicar un par de horas, la etiqueta que me puso se mantendrá sin cambios…
Aun así, lo más probable es que platicar sólo agregue otra etiqueta, como “buena onda,” “chistoso,” “ingenuo” o algo acerca del “oso” de aquel día, pero un “atrevido buena onda,” un “insolente chistoso,” o un “imprudente ingenuo” tienen mejores probabilidades de ser perdonados… el “peligrooso” no sé, creo que salió peor la cosa…
El respeto por las mujeres que fue forjado en mi desde la niñez, más por convencimiento y convivencia que por fuerza e insistencia, recibió una considerable dosis de esteroides en este caso particular y convidó al temor a aderezar mi relación con ella.
Presiento que, si algún día nos encontramos, sentiré una mezcla de emoción y temor, como cuando uno aborda el carrito de la montaña rusa. Pero la intriga es aún mayor, así que también la contemplaré con la misma curiosidad con la que un cachorro observa a una ranita y hurgaré en su mirada algún destello de perdón. Se me saldrá una sonrisa entusiasta y nostálgica, y le preguntaré por Verónica, su hermana ficticia.
Fernando Pessoa dice que “El valor de las cosas no está en el tiempo que duran, sino en la intensidad con que suceden. Por eso existen momentos inolvidables, cosas inexplicables y personas incomparables” y esta chica produjo las tres cosas en un instante...
Aunque es una mujer bella y distinguida, el azoramiento que ella me produce es más como el que evoca un atardecer majestuoso, un caballo pura sangre, un auto deportivo, un libro magnífico, el sabor de una trufa, el olor de una flor o algo así que el provocado por la atracción física en sí.
Si llega el día en que le platique o le escriba todos estos sufrimientos y peripecias míos, probablemente pensará que soy un tonto y dirá que estoy loco; que invento tormentos que no existen, veo cosas que no son y siento otras que ni al caso…
Tendrá razón y motivos para burlarse de mi, pero si se ríe, habrá valido la pena el esfuerzo…
…y si además hay un abrazo de reconciliación, será un momento glorioso.
FIN
Los eventos, las personalidades, emociones y demás quedaron registrados en mi mente tal y como sucedieron la tarde del 23 de Julio del 2009. A veces necesitamos reencuentros, pandemias, soledad, nostalgia u otros detonantes de inspiración para buscar y desempolvar viejos archivos y convertirlos en cuentos o anécdotas muchos años después.
La inevitable y desafortunada erosión de mis recuerdos a lo largo de tantos años, me convida a reservarme el derecho de agregar detalles, si algún día los recuerdo, o un capítulo describiendo los hechos desde alguna otra perspectiva, si algún día tengo la oportunidad de enterarme de ella.
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