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La Chica de la Ferretería

Entré cargando el sofisticado grifo para el que había que conseguir adaptadores, pues tenía que llevar todo al muelle antes de que zarpase el último barquito al mogote que podía salvarnos de un inminente desastre, pues los huéspedes llegarían en una hora y todavía había que instalarlo y borrar la evidencia de nuestros arreglos.


Al instante, el dependiente supo exactamente lo que necesitaba y me pidió seguirlo al mostrador del fondo y esperarlo ahí en lo que él buscaba las piezas en la trastienda.


Fue entonces cuando me la topé de frente y nos volteamos a ver a los ojos, que son las ventanas del alma, y en el túnel de nuestras miradas, éstas se saludaron. Nuestros rostros reaccionaron, un poco desfasados en tiempo, con una sonrisa franca, un sutil rubor y un gesto de reconocimiento e incredulidad. Por último, nuestros cuerpos salieron de su estupor y nos acercaron para poder saludarnos cordial y respetuosamente, como siempre.


Me preguntó por todos en casa, escuchó con relativa atención los “muy bien, gracias a Dios” de rutina, respondió igual a los míos, mandó saludos y nos despedimos.


Aunque ya la conocía, siempre la había visto desenvolviéndose con autoridad y con pleno conocimiento de causa; en ambientes familiares y profesionales; en compañía de otras personas; en su papel de consejera, doctora y guía; con un semblante serio, pálido e imperturbable, quizá hasta severo; y vistiendo ropa conservadora, discreta y práctica. En términos generales, sólo la había visto dentro de su zona de confort...


Ahora se desenvuelve con sencillez, quizá hasta con humildad y fuera de contexto, en una ferretería que resalta su presencia luminosa, algo así como una flor saliendo del concreto o una obra de arte colgada en un muro en ruinas; está sola; se desenvuelve con amabilidad; su prestigio natural impone; su vestido primaveral y su piel bronceada le brindan una jovialidad contagiosa; su gesto muestra cierta coquetería, pero no atrevida ni intencional, sino como una libre expresión de su esencia, con la misma sutileza y naturalidad con la que una flor se abre. Su sonrisa tiene un aire de travesura, no como quien planea una fechoría, sino como quien ve la vida como un divertido juego. Me río sólo, pensando que de niña ha de haber sido el azote de sus pobres maestros.


Siempre he dicho que las mujeres tienen muchas personalidades y la capacidad de cambiarlas como si fueran ropa, como las muñecas rusas, que adentro hay otra y adentro de esa otra y así, sólo que las personalidades son todas del mismo tamaño e intensidad, pero muy distintas entre sí. Detrás de una aburrida bibliotecaria, por ejemplo, puede haber una aventurera que le gusta escalar montañas o bucear con tiburones martillo, una aguerrida defensora de los más necesitados, una excelente conversadora, una bailadora incansable, una divertida maestra de ceremonias, etc; detrás de una temible e implacable abogada, puede haber una dulce hija, esposa y madre, una religiosa devota, una adicta a las novelas románticas, una tímida cantadora de Karaoke, etc; detrás de una persignada y recatada mujer de chongo y lentes, puede haber una invencible jugadora de póker, una espontánea y talentosa imitadora de Paquita la del Barrio o de Alejandra Guzmán, una chef innovadora, una amante ferviente, etc.


En facebook leí una versión más simple que decía algo así como “Dentro de cada mujer vive un ángel, una bestia, una princesa y un verdugo, a la que despiertes es la que tendrás...”


Pero saber todo eso en la teoría y en la práctica, no impidió que su transformación, de una mujer otoñal, rígida, contenida y pudorosa a una chamaca primaveral, pícara, coqueta y esplendorosa y me sorprendiera.


La Cubana, un cuadro que unos días antes me impresionó mucho, me hizo entender que uno no se enamora de unos lindos ojos, sino de la manera en la que esos ojos ven; ni de unos labios hermosos, sino del discurso que sale de ellos; ni de una bella sonrisa, sino de su significado; ni de una mujer madura, sino de su experiencia...

La chica de la ferretería me había venido a recordar estos conceptos, en vivo y a todo color.


Para pagar las válvulas y adaptadores que vine a comprar, volví a cruzar el establecimiento para llegar al mostrador donde está la caja registradora y ahí me la volví a encontrar de frente, irradiando con potencia e inclemencia…


Aunque los sentimientos y las emociones son silenciosos, suelen ser visibles y con frecuencia elocuentes; aunque son incorpóreos, son difíciles de ocultar. Son libres y se expresan sin nuestro consentimiento, en nuestros gestos, ademanes, miradas, movimientos y hasta discurso; aunque intentemos esconderlos, disimularlos o disfrazarlos, se salen de nuestro control y se muestran ante los demás, como niños maleducados, desobedientes y rebeldes. Si a esto sumamos el hecho de que ella “percibe” lo que le sucede a sus pacientes, se explica por qué me sentí tan expuesto ante ella, aunque esa vulnerabilidad iba ricamente aderezada con el presentimiento y la esperanza de que su capacidad adivinadora también estuviera distraída por sus propios sentimientos, emociones y pensamientos.


Así, nuestro segundo encuentro también duro breves segundos, pero como ya traíamos algo de vuelo, tuvo profundidad e intensidad suficientes para quedar grabado en mi mente y en mi corazón.


Recordé las palabras de Richard Moss “el más grandioso regalo que podemos darle a alguien más, es la pureza de nuestra atención” y eso es exactamente lo que nos dimos.


Al instante, me quedó claro que había que inmortalizar en un escrito todo lo que ella logró evocar, sin siquiera proponérselo, con el mero resplandor de su existencia.


Dicen que si uno cambia su manera de ver las cosas, las cosas que uno ve cambian. También dicen, que a veces los ángeles no tienen alas y entonces los llamamos amigos. Así, en un sábado radiante, cálido y memorable, ella se convirtió en un ángel. Aunque quizá no vuelva a verla, su amable imagen ya luce orgullosa en la galería de mi corazón.


Nos volvimos a despedir como antes, cordial y formalmente, con ecuanimidad y sensatez, pero sin frialdad ni indiferencia.


El respeto y la admiración están por encima de los sentimientos y de las emociones, como hasta ahora ha sido y como siempre será, pero el gusto de verla ya es inmune al camuflaje y el abrazo que le guardo, crece en nostalgia cada día que pasa marinándose en el recuerdo de La Chica de la Ferretería.



Fin



Pintura de Charles Kaufman


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